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“Rediscovering the Essence of Milonga: Connection vs. Aerobics” 01/28/2025

viviana454

Tango Zen Journal, January 28, 2025


“Rediscovering the Essence of Milonga: Connection vs. Aerobics”

“Redescubriendo la Esencia de la Milonga: conexión vs. Aeróbicos”


This past week, I had the opportunity to visit two milongas in Switzerland, in Biel and Zurich, accompanied by Francesca, a dear tango friend. Francesca visited to help with a workshop and stayed for a week, giving us time to explore the local tango scene together. While I had been to these milongas before, this time, I went with fresh eyes, observing and experiencing with her.


Francesca, like me, has a deep affection for tango and Buenos Aires. We share a common understanding of traditional tango, its essence rooted in feelings, connection, and the music itself. However, what we encountered in Biel and Zurich was quite different.


The milonga in Biel was lively and well-attended, drawing large crowds of dancers. Yet, from the perspective of traditional tango, it didn’t quite feel like a milonga. The atmosphere resembled more of a dance hall where people stood around and moved about rather than sitting and engaging in the traditional tanda and mirada/cabeceo dynamics.


One particularly memorable moment—though not in a good way—was when I got kicked on my buttock by a woman’s sneaker. The force of the impact was enough to make me wonder how much worse it could have been had she been wearing high heels. She offered a quick apology, and life moved on, but the incident highlighted the high-energy, almost chaotic nature of the dance floor. For many, dancing seemed to be a purely physical activity, devoid of emotional depth or connection to the music...


Zurich’s milonga offered a similar experience. As I sat observing the dancers, I couldn’t help but notice a woman’s foot flying over and sweeping through my lap on the left side. I don’t know how it happened, but it was a clear invasion of space—behavior that is simply not acceptable on the dance floor, yet it seemed to be acceptable there. The dancers’ movements were energetic and relentless, but they seemed disconnected from the music and each other. At one point, when the hall was about half full, I turned to Francesca and asked, “How many people here, percentage-wise, do you think are dancing to the music?” Her answer was blunt: “Zero.” We laughed, but her critique resonated deeply.


The essence of traditional tango—dancing to the music, sharing feelings, and connecting with a partner—was largely absent. Instead, the focus seemed to be on movement for movement’s sake, almost like an aerobic exercise class. Decoration took precedence over dance. The prevalence of boleros, which belong more to show dance than social tango, underscored the lack of understanding of traditional milonga culture.


These experiences left me contemplating the direction in which tango is heading outside of Buenos Aires. While these milongas were undeniably successful in attracting dancers, they seemed to drift further away from the traditions that make tango unique. Organizers, often without firsthand experience of traditional milongas, appear proud of the growing numbers but unaware of what’s being lost.


Francesca and I agreed that, given the choice, we’d much rather dance in Buenos Aires or in smaller, traditional milongas where the essence of tango is preserved. The concern remains: will these communities eventually evolve towards traditional tango, or are they charting an entirely different course? While some might argue that continuous dancing will lead to deeper understanding, I remain skeptical based on my observations across various communities over nearly three decades. The gap seems to be widening.


For now, I’m grateful for the time spent with Francesca and the chance to explore these milongas together. They served as a reminder of what I cherish most about tango: the feelings, the music, the shared connection. As the world of tango continues to change, I hold onto the hope that its traditions will endure, even as they are reinterpreted and reshaped in new contexts.


I would love to hear your thoughts: How does your experience of dancing in local milongas compare to traditional tango in Buenos Aires, if you’ve had the chance? Or what is your opinion about tango in your local scene? If you have any direct or indirect experience of dancing in Buenos Aires, I warmly welcome your feedback.


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Esta última semana, tuve la oportunidad de visitar dos milongas en Suiza, en Biel y Zúrich, acompañado de Francesca, una querida amiga tanguera. Francesca vino a ayudar con un taller y se quedó una semana, lo que nos dio tiempo para explorar juntos la escena local del tango. Aunque ya había visitado estas milongas antes, esta vez lo hice con ojos renovados, observando y experimentando junto a ella.


Francesca, como yo, tiene un profundo afecto por el tango y por Buenos Aires. Compartimos una comprensión común del tango tradicional, cuya esencia está arraigada en los sentimientos, la conexión y la música en sí. Sin embargo, lo que encontramos en Biel y Zúrich fue bastante diferente.


La milonga en Biel era animada y muy concurrida, con una gran cantidad de bailarines. Sin embargo, desde la perspectiva del tango tradicional, no se sentía realmente como una milonga. El ambiente se parecía más al de un salón de baile, donde la gente se paraba y se movía más que sentarse y participar en la dinámica tradicional del tanda y la mirada/cabeceo.


Un momento particularmente memorable—aunque no en el buen sentido—fue cuando una mujer, usando zapatillas, me pateó en el glúteo. La fuerza del impacto me hizo pensar en lo mucho peor que podría haber sido si hubiera estado usando tacos altos. Ella se disculpó rápidamente, y la vida continuó, pero el incidente destacó la naturaleza caótica y casi descontrolada de la pista de baile. Para muchos, bailar parecía ser una actividad puramente física, desprovista de profundidad emocional o conexión con la música.


La milonga en Zúrich ofreció una experiencia similar. Mientras observaba a los bailarines, no pude evitar notar cómo el pie de una mujer volaba y cruzaba por mi regazo desde el lado izquierdo. No sé cómo sucedió, pero fue una clara invasión de espacio—un comportamiento que simplemente no es aceptable en una pista de baile, aunque allí parecía serlo. Los movimientos de los bailarines eran energéticos e implacables, pero parecían desconectados de la música y entre sí. En un momento, cuando el salón estaba a mitad de su capacidad, me giré hacia Francesca y le pregunté: “¿Qué porcentaje de las personas aquí creés que están bailando con la música?” Su respuesta fue contundente: “Cero”. Nos reímos, pero su crítica resonó profundamente.


La esencia del tango tradicional—bailar con la música, compartir sentimientos y conectarse con la pareja—estaba en gran medida ausente. En cambio, el enfoque parecía estar en el movimiento por el movimiento mismo, casi como una clase de aeróbicos. La decoración prevalecía sobre el baile. La abundancia de boleos, más propios de la danza de exhibición que del tango social, subrayaba la falta de comprensión de la cultura tradicional de la milonga.


Estas experiencias me dejaron reflexionando sobre el rumbo que está tomando el tango fuera de Buenos Aires. Si bien estas milongas eran indudablemente exitosas en atraer bailarines, parecían alejarse cada vez más de las tradiciones que hacen único al tango. Los organizadores, a menudo sin experiencia directa en milongas tradicionales, parecen orgullosos de los números crecientes, pero ajenos a lo que se está perdiendo.


Francesca y yo coincidimos en que, de tener la opción, preferiríamos bailar en Buenos Aires o en milongas más pequeñas y tradicionales, donde se preserve la esencia del tango. La preocupación sigue siendo: ¿evolucionarán eventualmente estas comunidades hacia el tango tradicional, o están trazando un rumbo completamente diferente? Mientras algunos podrían argumentar que el baile continuo llevará a una comprensión más profunda, sigo siendo escéptico basándome en mis observaciones en diversas comunidades durante casi tres décadas. La brecha parece estar ampliándose.


Por ahora, estoy agradecido por el tiempo compartido con Francesca y la oportunidad de explorar estas milongas juntos. Me sirvieron como un recordatorio de lo que más valoro del tango: los sentimientos, la música, la conexión compartida. Mientras el mundo del tango continúa cambiando, mantengo la esperanza de que sus tradiciones perduren, incluso mientras se reinterpretan y remodelan en nuevos contextos.


Me encantaría conocer tu opinión: ¿Cómo comparás tu experiencia de bailar en milongas locales con el tango tradicional en Buenos Aires, si tuviste la oportunidad? O, ¿qué opinás sobre el tango en tu escena local? Si tenés alguna experiencia directa o indirecta de bailar en Buenos Aires, te invito a compartir tus pensamientos.


Chan Park


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